domingo, julio 30, 2006

Reencuentro con el Dr. Diablo (A propósito de Barcelona para Sociópatas- Guía de la Ciudad, de Armando Luigi Castañeda)


Cuando éramos algo más jóvenes, Armando Luigi solía espetar a la cara de los demás que tenía el proyecto de convertirse en escritor. Para ese entonces siempre llevaba consigo un pequeño cuaderno de hojas ajadas donde a ratos esbozaba, a mano y con bolígrafo negro, los futuros textos de Mujer desnuda mirando a un enano negro arrodillado, su primer y celebrado libro de cuentos. Era tal vez esa conducta un mecanismo de defensa contra los arteros ataques al intelecto y el buen gusto que estaba obligado a sobrellevar en su condición de estudiante de derecho de la universidad pública de V. La posesión fiel de ese cuaderno, que día a día iba llenándose con textos que hacían de lo absurdo y lo desmitificador una postura estética, así como su actitud personal un tanto macarra y desentendida del mundo, convirtieron a Luigi en una especie de personaje de culto en la sala de pasantes de una firma internacional de abogados de cuyo nombre no quiero acordarme. También tenía su ubicación en esa sala de pasantes otro aprendiz de abogado, que era además un eximio pianista, compositor anónimo y erudito bibliográfico; un personaje verdaderamente novelesco que, como si se tratase de un émulo caribeño de Kant, nunca salía (ni saldrá, apostaría a ello) de los límites geográficos de V.
Tal vez por mi innata e incorregible torpeza para el merengue y otros bailes de características similares, mi existencia había transcurrido por los cauces del aburrimiento más superlativo a partir de mi llegada a V. Tal condición cambió radicalmente desde que me instalé en aquella sala de pasantes y las largas pláticas con Luigi y nuestro común amigo músico (no voy a mencionar su nombre, fue el único de los tres que permaneció e hizo carrera en aquella firma y sospecho que una revelación de este tipo podría alterar su burguesa tranquilidad de pater familias) se hicieron una diaria necesidad. El contacto frecuente con este par de colegas fue, sin duda, uno de los factores que me animó a escribir narrativa, y no únicamente versos como lo venía haciendo. Escribí varias cosas que aún conservo, algunas incluso las he publicado en este blog, otras fueron materia prima para otros proyectos.
Tanto Luigi como yo nos habíamos marchado de V. más o menos por la misma época, aunque con destinos bastante diferentes. Hace pocas semanas, sin embargo, una amiga en común, también ex alumna de la universidad pública de V., me facilitó su dirección electrónica. En alguna de nuestras primeras charlas de Messenger, Luigi me confesó que no se considera un escritor, sino alguien que escribe. Como soy consciente de que se trata de un tío nada adicto a los clichés, me quedé pensando en esa distinción que seguramente encerraba alguna idea inteligente. Me percaté de que un economista no tenía que ser alguien que economiza, como tampoco un abogado alguien que aboga ni un ingeniero alguien con ingenio. Las corporaciones educativas, y su arbitraria legitimidad para otorgar títulos con reconocimiento social, no sólo han sido capaces de desvirtuar el esquema maestro-aprendiz al que tanto debe nuestra cultura, sino también de trastocar el sentido original de las palabras. ¿Será posible un escritor que no escriba? Quizá algún taller literario o alguna facultad de creative writing de universidad gringa tenga la solución para este enigma.
El hecho de que Luigi no haya optado por las poses ni las frivolidades asumidas por tantos que pretenden vivir de la escritura, no ha impedido que siga escribiendo, y de qué manera. Barcelona para Sociópatas- Guía de la Ciudad, su última novela aún inédita, es, en mi modesta, subjetiva y desautorizada opinión, literatura en estado puro. Sin ningún tipo de pudor Luigi mezcla los diversos géneros, extrapola la crónica con el cuento, se interna por los caminos del verso como preámbulo al hondo mar del ensayo. Todo esto además con el trasfondo de un humor que nunca decae, pero que tampoco opaca el sentido más profundo de la narración. Siempre he pensado que el humor en la narrativa es, por manido o por vilipendiado, un elemento cuya utilización comporta enormes riesgos. Sea como espectador o como creador, uno tiende a caer en la tentación de los lugares comunes; no es casual que tendamos a reirnos de los mismos gags o a repetir los mismos chistes (quien no lo crea que revise la filmoteca de Chaplin o de Buster Keaton, o por último que vea unas cuantas entregas de El Chavo del Ocho). Esto quizá explique por qué más de un autor "divertido" termina imitándose a sí mismo y haciendo la parodia del escritor vigente y en actividad, y quién sabe si hasta ganándose el Premio Planeta.
Barcelona para Sociópatas- Guía de la Ciudad tiene un inicio que atrapa: una pareja de Sudacalandia —Armando, abogado con ínfulas de escritor, y Antonia, violoncelista— aterrizan en Barcelona, sin otro patrimonio que las remesas de una beca incierta y ocho mil dólares en la faltriquera. Se deciden a alquilar el menos malo de los pisos posibles, e inician su andadura al interior de una sociedad catalana a la que Armando no deja de observar con una mezcla de extrañeza y desconfianza. En su condición de buen salvaje, con varios títulos universitarios, conocimiento de idiomas y un amor desmedido por Bach, Armando despliega una visión de la vida en la que su complejo de superioridad encuentra eco y proyección en una singular capacidad para ironizar y hacer el idiota: "En Sudacalandia existe la fantasía de que toda España, excepto Barcelona, es una tierra de bárbaros, pero cuando uno vive aquí se da cuenta de que hay mucha más actividad cultural en las capitales sudacas, sobre todo, si consideramos los atracos, asesinatos, accidentes de tráfico, palizas y peleas callejeras, hurtos y arrebatones como manifestaciones naturales del teatro de calle local". Las evocaciones autobiográficas —efectivamente Luigi vive en Barcelona y está casado con Antonia, que a su vez toca el violoncelo— que pudieran parecer tan evidentes, son presentadas aquí como elementos de una imaginación prolífica. Éste, me parece, es uno de los puntos fuertes de la novela. Personajes como el Hombre-Piercing, un yonqui proveniente de V. a quien Armando reencuentra en alguna calle durante una caminata, o Slavko Zupcic, el talentoso escritor de V. e íntimo amigo de Armando, son de una irrealidad absoluta, lo cual no impide que en el contexto de la narración lleguen a ser creíbles. Rememoro algunas facetas de la vida de Luigi que yo conocí directamente y que podrían ser excelente materia prima para más de una novela. Las mismas publicaciones de su primer libro de cuentos y de La crisis de la modernidad, su primera novela, fueron acontecimientos inusitados. Recuerdo el espontáneo comentario de uno de los abogados más notables del despacho, cuando tuvo entre sus manos un ejemplar de Mujer desnuda mirando a un enano negro arrodillado: "¿Y desde cuándo se gasta tanto real en editar estas vainas?". Se trataba de un sujeto simplón e insípido que, hasta donde tengo noticia, sigue haciendo buen dinero con el negocio del derecho a pesar de los vaivenes políticos y económicos de Sudacalandia, o tal vez debido a ellos. Seguidamente miró el rostro impávido de Armando por unos segundos antes de decir, con una benevolencia digna de mejor causa: "Así que lo lograste, ya eres todo un escritor, Dr. Diablo".
Una noche cualquiera —si mal no recuerdo sobre el final de los actos culturales que el despacho había organizado por el día de la secretaria— Luigi y yo terminamos absolutamente borrachos e ingiriendo unas hamburguesas callejeras en alguno de los quioscos instalados enfrente de Casa V., a la sazón el más distinguido restaurante de la ciudad. Años después, desde mi ubicación en la barra de Le Coq d'Or de Las Mercedes, donde Adriano González León y yo nos bebíamos unos whiskies y comíamos paté (o me lo comía yo, el maestro es uno de esos bebedores veteranos que jamás ingieren alimentos sólidos cuando toman alcohol), pude observar detenidamente la escena de un carrito de perros calientes siendo asaltado por un mar de jóvenes con resaca. De inmediato me remonté a aquella noche lejana. Me sorprendí a mí mismo evocando con nostalgia un hecho sucedido en V., cosa que hasta ese momento hubiese creído improbable. Recordé que aquella noche Luigi y yo incluso proyectamos escribir una novela conjunta, y que nuestro entusiasmo mutuo llegaría a sobrevivir por algunos días. Éramos jóvenes e ignorábamos que los proyectos de borrachos suelen terminar en el olvido. Hoy en día, sin embargo, por razones diversas ambos hemos abandonado el alcohol, ese acompañante fiel y alborotado de nuestros años juveniles. Quizá sea tiempo entonces para retomar el proyecto, o en todo caso para reformularlo. El balón está en la cancha de ambos, como en los partidos de fútbol simultáneos que suelen desarrollarse durante los recreos escolares.