sábado, julio 29, 2006

Civismo

No parecía tener más de veinte años, su piel aún lucía impoluta, ajena a los rigores del tiempo y la experiencia. Su voz brillaba como un dulce pájaro imitando los sonidos del acordeón. Era fuerte, compacta; en sus ojos se transparentaba una juvenil agresividad que resultaba profundamente atractiva.

Soy Mariana Muerte, me dijo apenas bajé el vidrio del carro: y soy capaz de empujarte por un desbarrancadero tenaz y ajeno a toda visión previa. ¿No te provoca probarme? En respuesta se me erizó el cabello, las uñas, el vello púbico. Durante un breve pero pertinaz segundo pensé en Mariana (irónica coincidencia), en el niño, y en que ambos estarían esperándome en el apartamento.

Quise creer que no tenía tiempo. Cerré la ventanilla y arranqué.

Pero a los pocos metros mi machacado civismo de hombre educado en la democracia comenzaría a hacerse presente. Me dijo: Epa, no tienes ningún derecho a comportarte con esa chama como lo acabas de hacer. Vuelve de inmediato y pídele disculpas.

Giré el volante y tomé la calle transversal que se asomaba. Di vuelta a la manzana. Cuando retomé la Libertador la pude divisar a lo lejos, situación que comenzó a devolverme la calma.

Acerqué el carro hacia ella, lentamente pues no quería atemorizarla con un movimiento brusco. Nuevamente bajé la ventanilla. Entonces asomó su rostro sonriente y ajeno a todo resentimiento.

Qué bueno que volviste, mi amor, me dijo a manera de saludo: no me tengas miedo, que no muerdo.

Con un corto golpe de mi dedo pulgar apagué el reproductor. La voz de Hector Lavoe hubiera hecho que la escena resultara insoportablemente truculenta.

¿Cuánto me cobras por una mamada?, le pregunté entonces a bocajarro: es que tengo algo de prisa, ¿sabes?