jueves, octubre 19, 2006

Cita en Interlagos


Si la lógica existe, Fernando Alonso debería alcanzar su segundo campeonato mundial de Fórmula Uno el próximo domingo, en el circuito de Interlagos, Brasil. Que lo haga. Que la tenacidad, el fair-play y la lealtad se impongan de una buena vez. Han sido demasiados años dominados por un ser execrable que no sólo representa lo peor de la Formula Uno, sino también algunas de las más bajas características que puede poseer un ser humano.

El fin nunca justifica los medios. Lo contrario no es más que la filosofía barata de siempre, la misma que sirve para justificar a politiqueros o a falsos pragmáticos vacíos de contenido. Por el contrario, es preciso recordar aquellos dos imperativos kantianos tan simples, y a la vez tan amplios: Mirar siempre al ser humano como un fin, nunca como un medio. Actuar como si cada acción propia estuviese destinada a convertirse en regla universal. Estos son tal vez la mejor síntesis de siglos de reflexión filosófica sobre la moral. Y el deporte tiene que ser gobernado por valores. De lo contrario pierde su esencia y su sentido.

Suerte, Fernando. Nunca cambies. Aunque mañana te vayas a MacLaren. O pasado a Ferrari.

miércoles, octubre 18, 2006

OldBoy

En pleno centro de Seul un hombre llamado Oh Dae-su es hipnotizado y secuestrado. A partir de entonces pasa quince años de su vida encerrado en una habitación, sin más contacto con el mundo exterior que un aparato de televisión. Frecuentemente es dormido con el mismo gas que utilizaba el ejercito ruso para contrarrestar a los guerrilleros chechenios. A pesar de sus preguntas y especulaciones nunca llega a conocer el verdadero motivo de su tormento. Agota días enteros especulando sobre las personas que podrían tener motivos para hacerle daño y escribiendo sus nombres en unos cuadernos. Se sorprende al descubrir la longitud de la lista. “Creía haber tenido una vida común”, comenta. Sus captores lo alimentan, le permiten entrenarse físicamente para preparar una venganza tan ansiada como necesaria. Súbitamente es liberado, no sin pasar por una hipnosis previa. Una vez en la calle se entera de que su esposa había sido brutalmente asesinada y que el principal sospechoso del crimen era él. “Lo importante no es saber quién, sino por qué”, le dice una misteriosa voz a través de un teléfono celular. Se trata del autor de su tormento. Enterarse del porqué de su largo secuestro será su verdadera perdición, su maldición y su castigo. Ése es el momento culminante de la película. Para ese entonces ya habrá redescubierto el amor junto a Mi-do, una joven itamae o chef de comida japonesa. “Las mujeres no pueden hacer buen sushi, tienen las manos frías”, le había comentado ésta antes de tocar su mano y provocarle un desmayo.

Oh Dae-su descubre que la intención última de su verdugo no había sido la de mantenerlo retenido por quince años. A través de la hipnosis él y su amante habían sido inducidos a iniciar una relación aberrante. Una relación cuya verdadera dimensión y significado harán banal todo su sufrimiento previo.

Se ha dicho que respecto del dolor existen dos modelos: uno que proviene
de la tradición griega y que puede ser sintetizada en la frase de Herodoto: ta pathemata mathemata, “los padecimientos, los sufrimientos, son enseñanza”. Este primer modelo, que aparece en varias tragedias —especialmente en la Electra de Sófocles—, es fundamental para el psicoanálisis, que enseña a rebuscar penosamente en la interioridad con el fin de evadirse del pozo de la enfermedad. El otro modelo proviene del Eclesiastés, uno de los primeros libros de la Biblia, escrito en el siglo II a.C., y cuyo postulado esencial puede resumirse en la siguiente frase: qui auget scientiam, auget et dolorem, es decir, quien aumenta el conocimiento aumenta también el dolor. En conclusión, es preferible ignorar la realidad para no sufrir.

De un modo implícito, Oh Dae-su se adhiere al segundo modelo. Luego de escribir toda su historia se somete a una hipnosis buscando la evasión definitiva de la realidad. Su ignorancia le permitirá vivir en paz, incluso amar y ser amado por Mi-do.

Más allá de la acción extrema, de la abundancia de sangre y violencia, OldBoy (Park Chan-wook, 2003) es un filme complejo y con varias lecturas posibles. Un verdadero descubrimiento cinematográfico.

Anna Politokovskaia


Putin declaró en Dresde, Alemania, que el vil asesinato de la periodista Anna Politokovskaia —crítica denodada de su persona y, especialmente, de la política que su gobierno viene aplicando en Chechenia— era un acto contra Rusia y los poderes establecidos en ese país. Añadió además que la capacidad de influencia de Politokovskaia sobre las decisiones del Kremlin era “extremadamente insignificante” y que el asesinato hacía más daño a Rusia y a Chechenia “que sus propias publicaciones”. Por supuesto no dejó pasar la ocasión para asumir, delante de la señora Angela Merkel, el compromiso de hacer todo lo posible por esclarecer las circunstancias de la muerte de la periodista. Siempre es recomendable guardar las formas, sobre todo cuando se tiene enfrente a un respetable líder europeo occidental.

En realidad las "paternales" palabras de Putin no hacían más que desenmascararlo. Los miles de moscovitas que se congregaron para rendir un último homenaje a la periodista asesinada estaban ahí para refutar su megalomaníaco intento de minimizar su personalidad y su legado. Como recuerda mi buen amigo
Ariel Segal, Politokovskaia se había encargado de exponer en su libro, La Rusia de Putin, la “ineludible realidad de un presidente recibido con alfombra roja por los dirigentes democráticos cuando en realidad Rusia mantiene un régimen que, guardando ciertas formas y apariencias, no es muy distante al del totalitarismo soviético”.

Siempre existirán megalómanos, seres ansiosos por acrecentar su poder y su influencia sobre los otros. Personajes ambiciosos y despreciables que no cejarán en su empeño de imponer sus ideas a una sociedad que termina convertida en víctima. Las grandes potencias con sus políticas internacionales signadas por el pragmatismo nunca serán un problema real, siempre que haya algo que dar a cambio (y si es petróleo, mucho mejor).

Mientras las instituciones internacionales sigan haciendo uso de la doble moral, mientras el funcionamiento y la estructura de ciertos estados continúen siendo moldeables al gusto del inquilino de turno, quienes opten por la posición moral de decir la verdad no dejarán de correr peligro de muerte.

jueves, octubre 12, 2006

Cuando la cultura no es una prioridad


Ésta es la nueva sede central del Instituto Cervantes en Madrid. Un majestuoso edificio ubicado en plena calle de Alcalá, a escasos metros de la plaza de Cibeles, el Banco de España, la Casa de América y el Círculo de Bellas Artes. El escritor venezolano, residente en Madrid, Juan Carlos Chirinos cree que es la primera vez que el local de un banco pasa a ser sede de una institución cultural. Quizá esté en lo cierto.
Y aunque no lo esté, no deja de ser algo extraordinario. Imposible no sentir envidia cuando me ha tocado en suerte nacer —y ahora nuevamente vivir— en un país donde aún puede ser materia de discusión si es necesario o no crear un Ministerio de la Cultura.

El Nóbel en liquidación

En una enorme tienda por departamento de Caracas existe una sección de librería y papelería donde se liquidan, a precio de gallina flaca, los saldos de aquellas ediciones por las que habían apostado las distribuidoras editoriales, y (digámoslo así, como algunos de sus inefables empleados suelen decirlo) no funcionaron en el mercado. Ahí adquirí, entre otros, un ejemplar de Los años inútiles, de Jorge Eduardo Benavides, algunos libros de Paul Theroux y una interesante antología de nuevos narradores norteamericanos.
No solía visitar aquella tienda con el fin de ver o comprar libros —para eso tenía las agradables librerías de Montse, Walter, Daniel o Javier—, aunque normalmente terminaba haciéndolo. Quizá esto suene a lugar común misógino y desafortunado, pero en verdad no lo es: acompañar a mi esposa cuando va de tiendas merece siempre algún tipo de recompensa. Fue en una de esas ocasiones en que me animé a tomar un ejemplar de El libro negro, de Orhan Pamuk.
Hoy que Pamuk comienza a disfrutar de las mieles del Nóbel y sus libros serán, con toda seguridad, protagonistas principales de los anaqueles, tengo aquel ejemplar de carátula roja (por cierto bastante evocativa de la bandera turca) sobre mi escritorio, a un costado de la computadora. Supongo que el otorgamiento del premio será una buena razón para iniciar su lectura.
Como en el juego de la ruleta, la trascendencia, la fama o la notoriedad de un autor dependen a veces de situaciones coyunturales o aleatorias. Más allá de la calidad literaria de Pamuk —de la cual, honestamente, no estoy en condiciones de opinar—, esta anécdota pareciera querer recordarme esa realidad.

martes, octubre 10, 2006

La furia y el bombo

“Soy como España en los mundiales, en los momentos cumbres me derrumbo”, se autocompadecía uno de los personajes de una serie cómica de Antena 3 (¿o acaso de TVE?), luego de no haber podido desempeñarse de manera eficiente con su novia, quien recostada al otro lado de la cama, simplemente lo observaba con una extraña mezcla de resignación y esperanza.

Como en los problemas de impotencia masculina, el fútbol español se derrumba por un laberinto en el que parece imposible distinguir la causa del efecto. Hoy fue la debacle de la selección juvenil (desde que son adolescentes los italianos destilan oficio y experiencia, debe de ser una cuestión genética). Ayer las derrotas ante Suecia e Irlanda del Norte. Anteayer la eliminación mundialista frente a los franceses, con golazo de Zinedine Zidane incluído pese a las pancartas ibéricas que le declaraban jubilado de manera anticipada.

¿Qué es lo que está pasando realmente? Quien lo sepa con certeza debería ser nombrado seleccionador español. Quizá demasiado extranjero en la liga y poca promoción de "canteranos". O tal vez la novedad de las selecciones autonómicas. O acaso la falta de huevos y el exceso de glamour. España siempre ha sido una selección perdedora, eso es una verdad histórica. Pero en años anteriores al menos evidenciaba entrega, corazón, cierta virilidad que se manifestaba de un modo desordenado, inorgánico, individualista. Aquello que se denominaba “Furia”. Hoy en día poco queda de eso. En verdad es una lastima, los españoles siempre han sido de los grandes animadores en las citas futboleras. Además traían consigo el valor agregado de Manolo, el del Bombo, ese optimista a la fuerza que inagotablemente animaba a su selección, aunque ésta no despegase. Un personaje lleno de colorido y simpatía que, al igual que la novia insatisfecha, presenciaba las derrotas de su equipo con una mezcla de resignación y esperanza.

La esperanza es lo último que se pierde, sobre todo en el fútbol. Ojalá que la selección española mayor —con Luis Aragonés o sin él— clasifique para la Eurocopa. Que lo haga por Manolo.

El Booker 2006



La escritora Kiran Desai (nacida en la India en 1971) ha ganado el 'Man Booker', el premio literario más prestigioso del Reino Unido, por su novela The Inheritance of Loss, un relato sobre la vida de un juez que ve alterada su apacible jubilación en el Himalaya.
De acuerdo con el website del premio, Kiran Desai es actualmente estudiante de la facultad de Creative Writing de la Universidad de Columbia, en Nueva York.
Un detalle curioso: su madre, que también es escritora, ha sido candidata en tres oportunidades al Booker, aunque nunca lo ha logrado.
Criada y educada en Inglaterra y los Estados Unidos, Kiran Desai es otro ejemplo de un autor proveniente de una cultura periférica, que se coloca en un lugar destacado de la literatura anglosajona contemporánea.
Precisamente ayer me preguntaba si no era el mestizaje un factor que explicaba la vitalidad y el vigor de esa literatura. La irrupción de Kiran Desai quizá sea una evidencia más de que la respuesta tiene que ser afirmativa.

lunes, octubre 09, 2006

¡Ah, Penélope!


Este fin de semana me fui a la playa. El sábado vi Volver en mi laptop. Para el día de hoy lunes, la he visto ya al menos tres veces más. Pienso que éste puede ser el mejor filme de Almodóvar, lo cual es bastante decir, el manchego ha dirigido varias películas estupendas. Sin embargo, hay un elemento especial que hace que Volver sea una obra incomparable: Penélope Cruz ha pasado ya varios años en Hollywood y eso se nota. No sólo luce de maravilla en su papel de Raimunda, ese personaje tan castellano como sensual y femenino, sino que además lo interpreta con una naturalidad y un oficio que no son usuales en las pelis españolas. Sé que muchos estarán en desacuerdo conmigo, pero a mí me da la impresión de que muchos actores del cine español suelen evocar al oficio del teatro en demasía: esos movimientos acartonados, esas voces impostadas...

Penélope sencillamente se devora la película. ¿Su momento cumbre?: Sin duda la interpretación de Volver de Carlos Gardel a ritmo de flamenco, una escena de las que suelen pasar a la historia del cine (por cierto, la voz es de la cantaora Estrella Morente).

Quizá haya algo —yo diría más bien que mucho— de subjetividad en esta apreciación mía. Quedé deslumbrado con ella desde aquel viejo video de La fuerza del destino, el temita pegajoso de Mecano. En Jamón Jamón, de Bigas Luna, terminó de hechizarme.

Pero ahora hay algo diferente: la chica creció, recorrió el mundo, con el paso de los años su belleza tomó cuerpo como un gran reserva tinto de la Ribera del Duero.

Ah Penélope, estás tan irresistiblemente madura, guapa y femenina que resulta lógico que los principales personajes masculinos de Volver estén muertos o sean unos hijos de puta absolutamente prescindibles.

Las mejores novelas “británicas”

Puente Aéreo, el excelente y siempre bien informado blog de Gustavo Faverón, informa que el periódico londinense The Guardian ha realizado una encuesta con el fin de determinar cuáles son las mejores novelas británicas del periodo 1980-2005. La primera de la lista ha sido Disgrace, de J.M. Coetzee, cuya versión española fue lanzada por Mondadori con el título de Desgracia. Si mal no recuerdo, hace un tiempo Mario Vargas Llosa subrayó lo poco afortunado de tal elección editorial, pues una traducción más fidedigna sería “Caer en desgracia”, que es precisamente lo que le sucede a su protagonista, un catedrático de Ciudad del Cabo que, debido a serios problemas de orden ético, es purgado de la universidad donde había trabajado por años, y emprende un viaje al interior de Sudáfrica en busca de su única hija, quien había optado por el destierro voluntario. Disgrace o Desgracia es una novela llena de significados y sutilezas, cuya relativamente corta extensión no fue un obstáculo para profundizar en los laberintos de la violencia y la tragedia personal.

Hay algo que, pienso, vale la pena destacar de la selección. Si bien es cierto estamos ante un concepto bastante amplio de lo “británico” (la selección incluye a Irlanda y los países del Commonwealth), no lo es menos que varios autores provenientes de culturas extranjeras o periféricas (no sólo de ex colonias, sino de otros países que nunca estuvieron bajo el dominio británico) resultan hoy en día esenciales para la literatura anglosajona. Nombro a algunos: Kazuo Ishiguro, Salman Rushdie, Buchi Emecheta, Hanif Kureishi, VS Naipaul, Vikram Seth, Derek Walcott, y el mismo J.M. Coetzee.

Me pregunto entonces —casi por una especie de condicionamiento reflejo— si la “contaminación” que, en el sentido metafórico, implica todo mestizaje no es uno de los motivos principales que explican el vigor y la vitalidad de la actual literatura anglosajona.

martes, octubre 03, 2006

Los dulces recuerdos


Leo en la edición digital de El País que Anita Ekberg, a sus 75 años, ha declarado a un diario sueco que ha visto tantas veces La dolce vita, que si tuviera que hacerlo una vez más "vomitaría". Al parecer tampoco guarda buenos recuerdos de la célebre escena en la Fontana di Trevi: "Allí estuve esperando con un vestido de noche en el agua congelada; hacía un frío del carajo. Cuando acabó la escena, no sentía las piernas y tuvieron que sacarme en brazos".

Por fortuna nuestra época cuenta con la memoria inconmensurable que le proporcionan los medios audiovisuales. Cuando al igual que Marcelo Mastroiani, aquel otro hermoso protagonista del filme y la escena, la Ekberg haya dejado este mundo y no esté entre nosotros —o en su lujosa residencia italiana, para ser más exactos—, las generaciones venideras podrán seguir deleitándose con esa figura irresistiblemente sugestiva y húmeda.

Su malestar y su vejez serán entonces nada más que un eco diluyéndose en la lejanía.

lunes, octubre 02, 2006

El pájaro que da cuerda al mundo

Es realmente extraño que me anime a escribir mi nombre en los libros que han llegado a ser de mi propiedad. De hecho mi biblioteca está conformada, en su inmensa mayoría, por ejemplares de apariencia virginal, con páginas intactas y carátulas relucientes. Libros casi nuevos a pesar de los años, como si no hubiesen sido destinados a la bestial manipulación que para muchos implica la lectura. Conozco infinidad de personas que, en cambio, acostumbran destrozar carátulas, quebrar lomos, ajar páginas, y hasta realizar anotaciones marginales con bolígrafos de distintos colores. Cuando era más joven tal actitud me parecía una profanación y una afrenta. La sufrí especialmente durante mi etapa de estudiante de derecho en Cornell, donde los textos de clase solían ser tomos hermosamente encuadernados y hechos con un papel y una impresión superiores. Hoy en día, que algo he madurado —eso espero al menos—, tan sólo me limito a calificar a esa conducta como una muestra más de la brutal desaprensión y el incomprensible sentido de lo efímero que caracterizan a nuestro tiempo.

Si alguna vez escribo mi nombre en la primera página de un libro, lo hago de un modo inconsciente. Es decir sin razón ni motivo aparentes. Toda regla tiene su excepción, y en este caso se trata de una absolutamente arbitraria. Pero quisiera pensar que, al menos en algunos casos, esto es prueba de mi evidente identificación con lo leído, del reconocimiento de su calidad y sus enseñanzas para alguien que pretende hacer de la escritura un coto cerrado y un punto de fuga. Si este pensamiento tiene algo de verdad, tal sería el caso de la novela Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, de Haruki Murakami, un volumen de longitud considerable donde anoté mi nombre con pluma fuente y tinta líquida.

Hace unos días
Edmundo Paz Soldán colgó un post sobre Haruki Murakami. El post es inteligente e informado, como suele suceder con las cosas que escribe Edmundo. En él cita dos excelentes novelas que yo también he leído: Sputnik, mi amor y Tokio Blues. Debo decir que ambas me gustaron, me resultaron interesantes, profundas y entretenidas. Sin embargo coloco a Crónica del pájaro que da cuerda al mundo en otra dimensión. Una superior. O desconocida.

Tooru Okada, el protagonista de la novela, es un abogado en el paro que, a partir de una llamada telefónica, desciende por un laberinto en el que se mezclan la ilusión y la pesadilla. Varios de los personajes de Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (May Kasahara, Creta Kanoo, Malta Kanoo, Nutmeg y Cinnamon) son de una irrealidad tan evidente, que parece una riesgosa osadía haberlos colocado dentro de una novela ambientada en el tiempo presente. Estos personajes se desenvuelven en el Japón contemporáneo, al lado de políticos corruptos y miembros de la yakuza, la temible mafia japonesa. Además está el personaje del teniente Mamiya, un antiguo combatiente de las tropas de ocupación de la Manchuria y ex inquilino de un campo de concentración soviético, que es evocativo de un capítulo de la historia de la post guerra poco conocido en Occidente. Con esta mezcla de personajes fantásticos y contemporaneidad, lo singular no es que la novela sea atrayente, interesante y entretenida. Sino que además sea profundamente coherente y creíble.

Me digo a mí mismo que el Manga (漫画), es decir la historieta japonesa impresa o animada, es parte esencial de la educación sentimental de mi generación. En mi caso particular, tambien lo fue el aprendizaje del idioma japonés. Imposible olvidar a esos personajes increiblemente hermosos -y siempre de ojos enormes-, protagonistas de aventuras ambientadas en la segunda guerra mundial o la Europa medieval o en un futuro explosivo y violento.

Pienso que cada nuevo libro que saque Murakami generará en mí el deseo inequívoco de leerlo. Hace poco mi hermano estuvo de vacaciones en Lima y me trajo un ejemplar de Kafka on the Shore. Pronto lo empezaré.

(Decido tomarme un respiro. Retiro mis dedos del teclado del laptop y abandono la biblioteca. Busco un vaso con agua. Por alguna razón que desconozco, me dirijo a mi habitación y comienzo a hurgar en el armario donde guardo una colección de videos. Tengo algunas películas japonesas, casi todas de Kurosawa. Encuentro unos viejos videos de Astroboy, de Meteoro, de Mazinger Zeta; no me acordaba que todavía los tengo. Al cabo de unos cuantos segundos me sorprendo al descubrir mi nombre, escrito con bolígrafo azul, sobre la superficie de las viejas cajas de cartón que los contienen).