lunes, noviembre 05, 2007

Orson Welles, mi pariente


Creo que es Javier Marías quien dice que pueden presentarse en seres sin relación ni parentesco, detalles que, de una forma inenarrable e inexplicable, terminan hermanándolos o emparentándolos en la mente de quienes los han conocido u observado. Uno asocia, sin razón aparente, a una joven hermosa con un viejo lamentable, a un asesino con un futbolista, a un coleccionista de libros usados con un perro mutilado.

De esa misma manera tal vez he venido yo relacionando a Orson Welles con algunos miembros de mi familia, al punto de pensar o figurarme que los Vinces somos la rama latina de los Welles (o Wells), hipótesis que sé descabellada pero que me gusta y me divierte.

Serán quizá esos ojos bovinos, tan característicos en mi abuelo y en mis tíos abuelos, o en mi padre y sus hermanos y primos, y que yo, fatalmente, he terminado heredando. O tal vez la misma pipa que tantas veces vi fumando a mis mayores (en algún momento lo intenté y fracasé). O más aún, esa singular y siempre desequilibrada mezcla de altivez y desazón que es común a muchos de sus personajes (pienso ahora mismo en O’Hara, aquel irlandes descomunal y nostálgico en The lady of Shanghai), lo que me hace emparentar a mis parientes con aquel que puede serlo, sin haberlo sido.

Algo más nos une, según acabo de enterarme: la sincera devoción por las películas de John Ford. Quizá sea verdad, después de todo, que lo que se hereda no se hurta.