viernes, noviembre 02, 2007

La vida de los otros

“Estoy pensando en lo que Lenin dijo de la Apassionata, de Beethoven: Si sigo escuchándola no terminaré la revolución. ¿Puede alguien que haya escuchado esta música, pero que la haya escuchado de verdad, continuar siendo una mala persona?”. Esta hermosa pregunta es hecha por el escritor Dreyman a su novia, la actriz Christa-Maria. Ambos, sin embargo, ignoran que su conversación -al igual que su vida entera- estaba siendo oída, a través de cables secretos y micrófonos escondidos, por Wiesler, un frío agente de la Stasi que había recibido el encargo de espiar a Dreyman y determinar su fidelidad al régimen comunista de la RDA.

La legión de los que abogan por un arte neutro o amoral sin duda crece día a día. La posibilidad de un arte comprometido parece haber sido contaminada del todo, por la avalancha panfletaria producida desde o a favor de algunas de las dictaduras más terribles que la humanidad ha conocido. Tal vez éste sea uno más de los dudosos legados que hemos recibido del siglo veinte. Contrario a esta tendencia cada vez más general, La vida de los otros (Florian Henckel von Donnersmarck, 2006) es un filme que subraya una de las misiones superiores del arte: la redención del hombre a través de la contemplación estética: Una obra contundente, equilibrada, humilde, pero sobre todo comprometida con el ser humano, con su necesidad de libertad y su capacidad de reflexionar y cambiar.