
El atribuir a los animales características humanas —una práctica que es moneda común en manifestaciones creativas destinadas al gran público: desde las fábulas griegas hasta algunos taquilleros filmes de Hollywood— constituye una forma bastante gráfica y comprensible de formular críticas y postulados moralizantes, pero tambien un buen camuflaje para las dudas y las angustias que el hombre medio enfrenta en el devenir de la sociedad. Los animales y sus características externas son, en todo caso, elementos que se ajustan adecuadamente a un lenguaje metafórico accesible.
Tampoco es extraño que los animales sean vistos como implícitamente superiores a los seres humanos. Hay aquí una valoración positiva de su falta de malicia. Son inocentes. Son naturales. Es preciso recordar que la exaltación de la naturaleza es un rasgo esencial del romanticismo (tanto en el sturm und drang, como es sus demás variantes). Y que todo arte popular es, por definición, romántico.