lunes, noviembre 12, 2007

El incidente


Pese a haber provocado el rechazo explícito de Zapatero con sus habituales descalificaciones, y hasta haber sacado de sus casillas al rey con su comportamiento rufián y matonesco (esto último quizá hasta tenga mérito, don Juan Carlos siempre tan risueño y bonachón), Chávez y su proyecto político no representan ninguna amenaza —al menos directa— para un país como España.

Chávez sí es un problema real para los países de América Latina, donde los gobiernos de Bolivia, Ecuador, Nicaragua y hasta el de Argentina le son afines, y donde no existe liderazgo alguno capaz de hacer contrapeso a su amenaza hegemónica. Es lamentable. Cuando no son serviles piezas de su estrategia, los líderes de nuestros países son unos viles apaciguadores, unas malaguas, unos vulgares tibios en la mejor tradición de César Gaviria, el abyecto ex-secretario general de la OEA, siempre presente para validar los abusos y los fraudes electorales. Nuestros líderes parecen autistas. O es que tal vez se creen muy pragmáticos: al fin y al cabo, ¿qué son unos pocos insultos, si hasta el mismo Bush los resiste?, ¿qué peligro real pueden embargar unas cuantas casitas del ALBA, unas cuantas operaciones oftalmológicas, unos simpáticos médicos cubanos?

Es cierto que las circunstancias forjan al líder, pero este último tiene que poseer un mínimo de capacidad para percibirlas. Nuestros insultados dirigentes, ansiosos por recibir las gracias y los favores de Chávez —no dudan en pedirle que interceda por ellos ante sus amigotes guerrilleros, sueñan con venderle bonos soberanos o asociarse estratégicamente con PDVSA—, me hacen recordar a esos políticos europeos que veían con una especie de benévola simpatía al nazismo, o buscaban una aproximación estratégica con Hitler a través de un ser tan vulgar y execrable como Mussolini. Conviene recordar que quién no perdió la guerra (lo cual es tan importante como haberla ganado), fue Churchill, un excéntrico y un radical que entendió que Hitler era la principal amenaza para Europa, y que nunca convino en la más mínima posibilidad de negociar, menos aún pactar, con los nazis.

Al final de la cumbre de Santiago, hubo los discursos de siempre, la foto de familia. Lo más probable es que el tiempo atempere la gravedad del incidente. El gran beneficiado, políticamente hablando, será sin duda Chávez, quien seguirá siendo visto por sus simpatizantes como un verdadero machote, un valiente sin reparos para decirle las verdades en la cara a quien sea.

Quien perciba la verdadera dimensión del riesgo que embarga Chávez para la democracia en la región, quien entienda que éste jamás asumirá compromiso alguno sin la segunda intención de imponer su proyecto autoritario (sea como sea, importándole un bledo las formas, ése es su estilo), no tiene por qué mandarlo a callar. Simplemente no debe sentarse con él en la misma mesa.