“Soy como España en los mundiales, en los momentos cumbres me derrumbo”, se autocompadecía uno de los personajes de una serie cómica de Antena 3 (¿o acaso de TVE?), luego de no haber podido desempeñarse de manera eficiente con su novia, quien recostada al otro lado de la cama, simplemente lo observaba con una extraña mezcla de resignación y esperanza.
Como en los problemas de impotencia masculina, el fútbol español se derrumba por un laberinto en el que parece imposible distinguir la causa del efecto. Hoy fue la debacle de la selección juvenil (desde que son adolescentes los italianos destilan oficio y experiencia, debe de ser una cuestión genética). Ayer las derrotas ante Suecia e Irlanda del Norte. Anteayer la eliminación mundialista frente a los franceses, con golazo de Zinedine Zidane incluído pese a las pancartas ibéricas que le declaraban jubilado de manera anticipada.
¿Qué es lo que está pasando realmente? Quien lo sepa con certeza debería ser nombrado seleccionador español. Quizá demasiado extranjero en la liga y poca promoción de "canteranos". O tal vez la novedad de las selecciones autonómicas. O acaso la falta de huevos y el exceso de glamour. España siempre ha sido una selección perdedora, eso es una verdad histórica. Pero en años anteriores al menos evidenciaba entrega, corazón, cierta virilidad que se manifestaba de un modo desordenado, inorgánico, individualista. Aquello que se denominaba “Furia”. Hoy en día poco queda de eso. En verdad es una lastima, los españoles siempre han sido de los grandes animadores en las citas futboleras. Además traían consigo el valor agregado de Manolo, el del Bombo, ese optimista a la fuerza que inagotablemente animaba a su selección, aunque ésta no despegase. Un personaje lleno de colorido y simpatía que, al igual que la novia insatisfecha, presenciaba las derrotas de su equipo con una mezcla de resignación y esperanza.
La esperanza es lo último que se pierde, sobre todo en el fútbol. Ojalá que la selección española mayor —con Luis Aragonés o sin él— clasifique para la Eurocopa. Que lo haga por Manolo.
Como en los problemas de impotencia masculina, el fútbol español se derrumba por un laberinto en el que parece imposible distinguir la causa del efecto. Hoy fue la debacle de la selección juvenil (desde que son adolescentes los italianos destilan oficio y experiencia, debe de ser una cuestión genética). Ayer las derrotas ante Suecia e Irlanda del Norte. Anteayer la eliminación mundialista frente a los franceses, con golazo de Zinedine Zidane incluído pese a las pancartas ibéricas que le declaraban jubilado de manera anticipada.
¿Qué es lo que está pasando realmente? Quien lo sepa con certeza debería ser nombrado seleccionador español. Quizá demasiado extranjero en la liga y poca promoción de "canteranos". O tal vez la novedad de las selecciones autonómicas. O acaso la falta de huevos y el exceso de glamour. España siempre ha sido una selección perdedora, eso es una verdad histórica. Pero en años anteriores al menos evidenciaba entrega, corazón, cierta virilidad que se manifestaba de un modo desordenado, inorgánico, individualista. Aquello que se denominaba “Furia”. Hoy en día poco queda de eso. En verdad es una lastima, los españoles siempre han sido de los grandes animadores en las citas futboleras. Además traían consigo el valor agregado de Manolo, el del Bombo, ese optimista a la fuerza que inagotablemente animaba a su selección, aunque ésta no despegase. Un personaje lleno de colorido y simpatía que, al igual que la novia insatisfecha, presenciaba las derrotas de su equipo con una mezcla de resignación y esperanza.
La esperanza es lo último que se pierde, sobre todo en el fútbol. Ojalá que la selección española mayor —con Luis Aragonés o sin él— clasifique para la Eurocopa. Que lo haga por Manolo.