miércoles, octubre 18, 2006

Anna Politokovskaia


Putin declaró en Dresde, Alemania, que el vil asesinato de la periodista Anna Politokovskaia —crítica denodada de su persona y, especialmente, de la política que su gobierno viene aplicando en Chechenia— era un acto contra Rusia y los poderes establecidos en ese país. Añadió además que la capacidad de influencia de Politokovskaia sobre las decisiones del Kremlin era “extremadamente insignificante” y que el asesinato hacía más daño a Rusia y a Chechenia “que sus propias publicaciones”. Por supuesto no dejó pasar la ocasión para asumir, delante de la señora Angela Merkel, el compromiso de hacer todo lo posible por esclarecer las circunstancias de la muerte de la periodista. Siempre es recomendable guardar las formas, sobre todo cuando se tiene enfrente a un respetable líder europeo occidental.

En realidad las "paternales" palabras de Putin no hacían más que desenmascararlo. Los miles de moscovitas que se congregaron para rendir un último homenaje a la periodista asesinada estaban ahí para refutar su megalomaníaco intento de minimizar su personalidad y su legado. Como recuerda mi buen amigo
Ariel Segal, Politokovskaia se había encargado de exponer en su libro, La Rusia de Putin, la “ineludible realidad de un presidente recibido con alfombra roja por los dirigentes democráticos cuando en realidad Rusia mantiene un régimen que, guardando ciertas formas y apariencias, no es muy distante al del totalitarismo soviético”.

Siempre existirán megalómanos, seres ansiosos por acrecentar su poder y su influencia sobre los otros. Personajes ambiciosos y despreciables que no cejarán en su empeño de imponer sus ideas a una sociedad que termina convertida en víctima. Las grandes potencias con sus políticas internacionales signadas por el pragmatismo nunca serán un problema real, siempre que haya algo que dar a cambio (y si es petróleo, mucho mejor).

Mientras las instituciones internacionales sigan haciendo uso de la doble moral, mientras el funcionamiento y la estructura de ciertos estados continúen siendo moldeables al gusto del inquilino de turno, quienes opten por la posición moral de decir la verdad no dejarán de correr peligro de muerte.