lunes, julio 21, 2008

Una película collage


Segmentar el territorio de una ciudad puede convertirse en un ejercicio estimulante, cuando sirve como pretexto para que diferentes artistas expresen su creatividad y sus ideas desde espacios que intentan asimilarse a compartimentos estanco, pero que en realidad nunca llegarán a serlo. Los resultados serán siempre diversos, eso es evidente, aunque la existencia de un espacio más grande y común proporcionará a los espacios reducidos una atmósfera irrenunciable, una comunidad de referentes, la conciencia del subconjunto que no puede evadirse de los nexos que le atan al conjunto mayor.

Lo anterior se hace aun más notorio cuando nos encontramos frente a una ciudad cuya personalidad resulta avasalladora, por universal e infinita. Pocas pueden darse ese lujo: Nueva York, Londres, tal vez en menor medida Berlín y, por supuesto, Paris.

Las pequeñas y diversas historias que se presentan bajo el título común de Paris, je t'aime, corren alocadamente sobre la pantalla, una tras de la otra, proporcionando una extraña sensación de unidad que sólo se comprende por la presencia de una mirada, casi siempre extranjera, sobre una ciudad sobrecargada de iconos y motivos inspiradores, que le son tan propios como irrenunciables. El cementerio, el Metro, el parque, la inmensa torre de acero, podrían proporcionar, cada uno por separado, una visión completa de la ciudad para un observador foráneo. Tal vez las diversas historias de Paris, je t'aime puedan ser entendidas de un modo más específico por los habitantes de sus barrios. Pero eso es algo intrascendente de cara a la apreciación del filme como una obra de arte colectiva y excelentemente articulada. Una Paris vista e interpretada por extranjeros siempre comunicará la nostalgia de aquello que nos es lejano y, sin embargo, nos creemos con derecho a asumir como propio.