domingo, mayo 20, 2007

Mensaje de Ithaca

El escritor Edmundo Paz Soldán ha tenido la enorme generosidad de leer y comentar el manuscrito de La distancia.

Quiero compartir con quienes frecuentan este blog —amigos míos, en su mayoría— el contenido del e-mail que me remitió desde Ithaca:

"El título que ha encontrado Octavio Vinces para su libro es perfecto. El poeta recorre distancias geográficas y temporales, es un nostálgico sin melodramas de su vida en el barrio de Belgrano en Buenos Aires, un cercano espectador de su paso por Cornell en Ithaca, un viajero conmovido recorriendo un museo madrileño. Hay también una travesía de registros, desde el tono coloquial y algo retórico de los primeros poemas al lenguaje despojado de los últimos. Los temas se multiplican, pero Vinces es, sobretodo, un poeta romántico, alguien que sabe de días interiores contemplando el atardecer en la mirada del ser amado."

Cecilia Podestá, poeta y editora, y David Ballardo, lector y librero, me han animado a publicar esta colección de poemas inéditos, cuya primera versión data de 1992. Si todo sale bien será para este año, aquí en Lima.

viernes, mayo 11, 2007

Los otros perros románticos


Yo también fui amigo de los perros románticos,
aquellos que se creían singulares en el desierto,
o capaces de imitar las voces de los pájaros en medio de una jungla pagana.
Tenía poco más de veinte años, enseñaba literatura en una escuela secundaria,
me enamoré de alguna alumna
y una que otra alumna tuvo la ocurrencia de enamorarse de mí,
simple e inútil perro romántico.
Los días transcurrían húmedos y silenciosos, con la humedad y el silencio
que sólo es capaz de imprimir el trópico a los hombres
y a sus ideas.
En ese entonces un amigo llamado Luigi quería escribir conmigo
una novela a cuatro manos,
el proyecto parecía una quimera experimental y sin sentido,
una labor que, hoy pienso, debimos haber realizado,
ya que al fin y al cabo no hacíamos nada de provecho.
Slavko, por su parte, era un muchacho mulato que se declaraba tercamente croata,
pensaba quizá que la carga genética podía más que la ausencia
o la solitaria crianza de su madre. Era un tipo brillante, sin embargo,
escribía novelitas sobre barbies y fantasías sexuales,
cuentos en los que los protagonistas eran indigentes que hablaban como filósofos,
y algunas otras cosas similares.
Slavko y Luigi nunca fueron mis amigos;
pero tampoco eran amigos entre ellos, vivían permanentemente enfrentados
en una competencia por demostrar que uno podía escribir más estupideces
que el otro.
El único amigo de todos nosotros era Francisco, que tocaba el piano
y a veces iba a misa los domingos.
Francisco había compuesto una sinfonía que tituló Las danzas indias,
y que nunca mostró a sus verdaderos amigos. Pienso que la vida de Francisco
terminó siendo un verdadero desperdicio.
Sin duda era el más invernal de todos nosotros,

aunque finalmente fue el único de los cuatro que no terminó marchándose.

Fotografía en el campus de Cornell University



La lectura sobrecogedora de tus ojos
a unos pasos de nuestra primera casa,
allá en el silencio permanente de la cascada,
cuando caminábamos
sin medida y sin cansancio posibles,
sólo para entregarnos simplezas en palabras aisladas,
o captar las inconexas imágenes
de los bosques nevados de los cuentos de mi infancia.


Temporada (1991-1994)

1

La vaga sonoridad
de tus pasos
se disuelve
entre las horas: anhelados
días interiores
que contemplan
el atardecer de tu mirada
palideciendo en la despedida.

2

Con el bregar innato
de tus formas,
mantengo la esperanza —a lo
lejos— de un amor enredado
en las burbujas del vaso,
o de una vejez al amparo
de la tibia resonancia
de tu sombra.

3

Pasar de la decencia a la indecencia,
de lo razonable a lo irracional,
de lo fresco a lo pútrido

con el único deseo de finalizar
mis días
en la esfera fugaz
de tu mutación incansable.

4

Surges con recelo
desde la realidad más impúdica,
como el camino
del caracol
tus brazos se adentran
en la rigidez de mis palabras,
tus sonidos
en la vaguedad de mi futuro o en lo incierto
de mi herencia.

Por este campo de alegrías pacientes,
germinando desde la difunta locura,
rozando el cuerpo con los pétalos de tu espacio,
espero el reencuentro
con tu humildad esencial.

Sin embargo,
entre las moradas
tus señales transitan.

Quizá la lucidez de una germinación
o el ocaso
de las pálidas adolescentes,
nos sobrevivan.

Rota mi voz gritará,
entonces,
intentando evitar el desencuentro.

5

Naufragio de las horas
impregnando su hedor melancólico
en cada nueva aproximación.

Pesada indiferencia de días
posteriores,
en los que construir
el porvenir del hijo
tiene como norte el sur
de los padres.

E inútil decencia
en las gentes
que se quedaron,
haciendo de sus casas
una imagen postal
atípica.

Ando por sus vidas y la risa
se presenta,
imponiendo acaso
su originalidad
elefantiásica,
su sonido raspante
de signo de interrogación.


6

En el pleno florecimiento
de tus pétalos —un martilleo de voces
se inserta,
y rasga mis sienes: luz
de tinieblas
donde habita la lejanía,
donde los tigres de la infancia
arrancan en aullidos
en Do mayor—, los ojos,
presumiendo el encuentro,
se tornan
preocupados
como uniendo y estropeando
alternativamente
los silencios interiores.

Fracaso del presente o agonía:

¿Puede más el querer,
acaso,
que la natural tendencia
a agonizar?


7

A través de las ventanas,
la violencia traspasando nuestro pudor
de hogar
de pequeña burguesía.

Los ojos pálidos aún
ante la realidad cercana de los sueños,
tercos,
refrescando la memoria
del dormido.

Y el pudor maternal
se convertiría en ternura,
durmiendo en las húmedas noches
de una oveja
innecesaria.

Museo del Prado, 1995


Rompo con mis manos las palabras, musitas,
en ellas encuentro el candor de tiempos juveniles,
la belleza de la ignorancia
que nos condena a ser
parte de la solución o del problema,
como el lunar en el rostro
de la Infanta.

Inmerso en mi travesía, sin embargo,
recorro con simulado silencio
tus últimas palabras.
Ellas dan forma
al destino,
robando a lo lejos un fulgor de lunática noche:

Aventura del amor o presagio.

Iluminando mi frente te derrites
en solitarios aullidos.

Belgrano



Hoy recorrí la vieja calle donde vivían mis padres,
las veredas estaban pobladas de escombros y algún que otro
edificio nuevo,
pero sin duda se trataba de la misma calle.
Los barrios cambian con el paso de los años, y las ausencias prolongadas
hacen que el retorno sea como observar una fotografía súbita y descuadrada,
o como si viésemos una ciudad bombardeada
o una vida que ha seguido su curso al margen de la nuestra.
Hoy recorrí la vieja calle de Belgrano,
me detuve delante del edificio donde vivían mis padres,
y en plena observación del entorno pude percibir la presencia
de mi madre
cruzando la calzada hacia el almacén de Julio, el uruguayo,
para hacer la compra y prepararnos la merienda
(Julio ya no existe en este barrio, en lugar del almacén hay un estacionamiento;
nadie lo recuerda, no pregunté a nadie por él).
Pienso entonces que mi madre vive aún en Belgrano,
que en sus calles adoquinadas
ella no está muerta,
que es uno de los tantos fantasmas que las recorren con humildad y poca estridencia,
un fantasma que un día cualquiera partió
atada a la existencia de una familia de esposo y dos hijos.
Recordé que el día de mi partida Buenos Aires estaba nublada y llovía,
antes de subir al tren mi madre me dio un beso y un abrazo,
y me prometió que volvería.
Hoy recorro estas calles quizá con la única intención de sentir
que esa promesa se está cumpliendo,
aún cuando ella no esté para darme la bienvenida, para abrirme la puerta del departamento,
o para prepararme el almuerzo mientras en el tocadiscos no dejan de sonar
las mismas canciones psicodélicas.
La mañana no está lluviosa, hace sol y al mismo tiempo un poco de frío.
No puedo evitar pensar que esta vez no debería marcharme de nuevo.

Litoral

Las olas son una muralla fuerte e inusitada.
Las gaviotas las encaran como una agrupación
de albañiles acróbatas.
Mis pasos en la arena me adhieren al espacio,
y al estruendo con que se anuncian
los deseos adormecidos, pero aún latentes.
Existe aquí un pescador de azufres y de corales,
o de las palabras que se remontan
al instante en que las pronunciaste por vez primera.
Silencio del viajero, sosiego del peregrino.
Acumuladas mis vivencias se desbordan en segundos,
y esperanzadas
se difuminan sobre un lienzo
con los colores de Gauguin.

Lejanía

Cuando tiempo atrás comenzábamos a conocernos
yo no podía prever que tus rasgos esenciales —tu semblante
infinito, el cóncavo rumor de tus palabras,
tus miradas sentimentales
y marítimas—
terminarían adentrándose, íntima e inusitadamente,
en el laberinto multiforme de mi alma.

Conmigo están Cernuda y Rilke
que saben que toda belleza se asemeja a un ángel terrible
al que sólo puede quererse con olvido en lugar de persistencia.

Sin embargo nunca pensé que te perdería,
y que en tu alejamiento el amor iba a ser un fantasma ciego
que se desdibuja con el transcurrir de mi vida.