viernes, mayo 11, 2007

Belgrano



Hoy recorrí la vieja calle donde vivían mis padres,
las veredas estaban pobladas de escombros y algún que otro
edificio nuevo,
pero sin duda se trataba de la misma calle.
Los barrios cambian con el paso de los años, y las ausencias prolongadas
hacen que el retorno sea como observar una fotografía súbita y descuadrada,
o como si viésemos una ciudad bombardeada
o una vida que ha seguido su curso al margen de la nuestra.
Hoy recorrí la vieja calle de Belgrano,
me detuve delante del edificio donde vivían mis padres,
y en plena observación del entorno pude percibir la presencia
de mi madre
cruzando la calzada hacia el almacén de Julio, el uruguayo,
para hacer la compra y prepararnos la merienda
(Julio ya no existe en este barrio, en lugar del almacén hay un estacionamiento;
nadie lo recuerda, no pregunté a nadie por él).
Pienso entonces que mi madre vive aún en Belgrano,
que en sus calles adoquinadas
ella no está muerta,
que es uno de los tantos fantasmas que las recorren con humildad y poca estridencia,
un fantasma que un día cualquiera partió
atada a la existencia de una familia de esposo y dos hijos.
Recordé que el día de mi partida Buenos Aires estaba nublada y llovía,
antes de subir al tren mi madre me dio un beso y un abrazo,
y me prometió que volvería.
Hoy recorro estas calles quizá con la única intención de sentir
que esa promesa se está cumpliendo,
aún cuando ella no esté para darme la bienvenida, para abrirme la puerta del departamento,
o para prepararme el almuerzo mientras en el tocadiscos no dejan de sonar
las mismas canciones psicodélicas.
La mañana no está lluviosa, hace sol y al mismo tiempo un poco de frío.
No puedo evitar pensar que esta vez no debería marcharme de nuevo.