
Cuando el silencio se apodera del fin de semana,
y la ausencia de seres queridos sobrevuela nuestras cabezas,
la escritura se convierte en una labor
ardua
y desconcentrada,
un coto donde animales salvajes
vagan libremente
sabiendo que nadie podrá cazarlos.
Las letras se asemejan a piedras en un camino de extramuros.
Las palabras a hitos o fulgores momentáneos.
No hay acompañante ideal en tales circunstancias.
Ni la TV, ni los vídeos,
ni el Internet o los juegos electrónicos.
Uno simplemente desearía escuchar la voz del ser amado.