Para lograr su más reciente triunfo electoral Hugo Chávez no ha necesitado convencer a nadie. Que la calle estaba con Manuel Rosales parecía ser un comentario generalizado, producto de la percepción de quienes entienden que las grandes movilizaciones de masas constituyen la encuesta más fiable. Pero ese tipo de percepciones pueden (o suelen) ser erróneas. La verdad es que en la Venezuela de 2006 todos los factores jugaron a favor de Chávez. Esto no es gratuito. Desde su elección en 1998 la maquinaria de un estado rebosante de petrodólares ha venido desplegándose sobre la sociedad con el fin de oscurecer conciencias, captar lealtades y reprimir todo atisbo de disidencia. Dentro de esa lógica, medios de comunicación del estado, burocracia, fuerzas armadas y clientelismo político son elementos de una combinación tan letal como efectiva. Pero además está el añadido de que todo se desarrolla en el marco de una institucionalidad que no por aparente, deja de cumplir su cometido. Chávez no es un dictador tradicional, sino un autócrata validado por la existencia de instituciones “democráticas” y la indiscutible legitimidad que la fuerza de los votos le otorga frente a los ojos del mundo. Es precisamente este doble juego de totalitarismo y democracia lo que lo fortalece y parece hacerle inmune.
Al optar por presentar un candidato la oposición aceptó tácitamente las reglas de este juego macabro. A partir de ahí sólo era preciso que los observadores internacionales de siempre (la OEA a la cabeza) dieran fe de que, “al margen de ciertos inconvenientes aislados”, el proceso se había desarrollado con total normalidad. ¿No es normal acaso que la población participe, que las elecciones sean dirigidas por un poder autónomo, y que finalmente gane el candidato que recibe la mayor cantidad de votos? Todo suena tan lógico y racional y democrático, aunque en realidad no lo sea. Es verdad que Rosales fue un excelente candidato, pero ni él ni ningún otro hubiese podido derrotar al aparato mediático-clientelar-represivo de un gobierno que no sólo cuenta con la fidelidad incondicional de los militares y de los demás poderes públicos, sino que además mantiene una política sistemática de represión y aislamiento en contra de quienes osan manifestar su disconformidad.
Dominado el escenario interno, el siguiente paso es la importación del modelo. Es preciso entender esta realidad en su cabal dimensión, comprender quién es en verdad Hugo Chávez Frías y la amenaza que su fortalecimiento político representa para la región. Hasta ahora todos —oposición venezolana y comunidad internacional— se han sometido a las reglas del juego que él ha planteado, y el resultado no ha sido otro que un festín de votos y de aparentes legitimidades a su favor. Ya lo dijo el propio Chávez apenas conocidos los resultados oficiales: la revolución se ahondará, y además se expandirá. El norte es el socialismo (en su versión castrista, claro está). Que nadie se engañe. La democracia en América Latina se enfrenta a un peligro mayor. Ya no se necesita dominar Sierra Maestra para hacerse del poder. Los autócratas ganan en las urnas. Chávez seguirá azuzándolos y financiándolos.