jueves, febrero 21, 2008

Adriano


Me había propuesto que nos encontraramos la noche previa a la presentación de la novela, en Le Coq d’Or de Las Mercedes. No me conocía en persona. Nunca antes habíamos intercambiado palabra. Días atrás, María Ángeles me había comentado que se había mostrado muy complacido con la idea de ser el presentador. Su generosidad era un lugar común entre quienes le conocían y frecuentaban.

Sabía que iba a estar en la barra del restaurante. Rápidamente distinguí su inconfundible figura de gnomo canoso y erudito. La misma que había visto, más bien a lo lejos, la noche en que se le homenajeaba por los treinta y cinco años de su premio Biblioteca Breve.

Adriano, soy Octavio, le hice saber nada más acercármele.

¡Chico!, exclamó antes de darme un abrazo y pedir al tipo de la barra que me facilitara un vaso.

Cualquiera habría podrido advertir que ya estaba remecido por el alcohol. Nada comparable, sin embargo, con el estado en que ambos íbamos a culminar aquella velada. Entre trago y trago se extendió hablándome de la novela. Sus palabras eran las de un lector avezado, las de un maestro generoso. Me sentí complacido pensando en las cosas que podría decir en la presentación.

Qué título más bonito, me comentó.

Le confesé que los títulos de sus libros siempre me habían parecido sorprendentes. Siguió bebiendo de su vaso de whisky, tal vez buscando restar importancia a mis palabras.

La noche siguiente todo estaba pulcramente preparado. El local de El Buscón, las botellas de vino tinto, los músicos que habían ensayado el soundtrack de la novela. El único que faltaba era Adriano. Estaba inubicable. María Ángeles, tal vez innecesariamente desesperada, pudo encontrarlo en otro restaurante de Las Mercedes (creo que era el mismo en que murió hace unos días), y arrastrarlo hasta el lugar de los hechos.

Lo que llegó a balbucear cuando le alcanzaron el micrófono no tuvo la menor importancia. Estaba demasiado borracho para poder articular un par de frases coherentes. Despertó más de una carcajada. Puso la cómica. Arruinó la presentación. María Ángeles, con total justificación, echaba chispas.

Puedo jurar que no me importó en lo más mínimo. La verdadera presentación había sido hecha la noche anterior, entre interminables vasos de whisky y un fois gras que él no llegó a probar.