sábado, enero 13, 2007

Abre los ojos

La segunda película de Alejandro Amenabar explora la profundidad más siniestra y confusa del sueño, aquella dimensión en la que puede experimentarse con imágenes y situaciones que aparecen tan reales como palpables, e incluso arriesgarse a emprender la aventura de otro sueño. Los deseos se hacen realidad, los amores frustrados toman cuerpo, algún momento feliz de la vida se vuelve recurrente. Pero también afloran los miedos, las tristezas, las soledades más negras y profundas. El ser humano que se despliega con osadía y se atreve a amar y ser amado, y tal vez por eso mismo, se autodestruye ante la inevitable visión de una realidad limitada y devastadora. Pariente cercana de algunas de las mejores muestras de la literatura fantástica —evocar los sueños futuristas de La noche boca arriba, el escalofriante cuento de Julio Cortazar, o la devastación psíquica de El rostro ajeno, la novela de Kobo Abe, fue inevitable—, Abre los ojos demuestra que se puede hacer cine de ciencia ficción de un modo inteligente y sin necesidad de recurrir al facilismo de los efectos especiales.

El excepcional talento de Alejandro Amenábar, que ya había sorprendido en Tesis y luego se confirmaría de manera notable en The Others, logró con este filme de 1997 un verdadero hito en la historia del cine al que Hollywood no estuvo ajeno con un remake, eso sí, bastante discutible.