La existencia de Enrique Prochazka prueba que la condición de extranjero no es necesariamente accidental, y que uno puede serlo aun permaneciendo en la ciudad que lo vio nacer y crecer. Prochazka escribe, con bastante lucidez y no menos realismo, que "Lima es un conjunto de ciudades enemigas que se disputan un único desierto". Y es precisamente en ese conjunto de ciudades donde el autor ha iniciado su andadura, premunido de una profunda curiosidad intelectual y contando con un background compuesto de las historias, los pensamientos y la comprensión de diversas cosmovisiones, que dicha curiosidad le ha proporcionado. La Lima de Prochazka deja de ser la que se origina y circunda la casa paterna de Magdalena, cercana al Oceáno Pacífico. El autor ha sido capaz de traspasar las fronteras internas e invisibles de la ciudad para experimentar la sorpresa del viajero. Pero también para contrastar esta experiencia con los archivos de una cultura excepcional. No es de extrañar entonces que el relato más salvajemente limeño de Un único desierto, aquél en el que se hace evidente esa disputa entre "ciudades enemigas", tenga por título Cáucaso.
Prochazka llega a la literatura a través de la filosofía, la astrofísica, la geografía y las demás ciencias naturales. Es un erudito que emprende la aventura de narrar tal vez como un medio de drenar sus inquietudes y tender puentes entre sus diversos intereses. Creo que Prochazka, en realidad, no escribe para nadie que no sea él mismo, y que al permitir que otros lo lean realiza una especie de acto de benevolencia. Como también lo hace al dialogar con otros. Su estado natural es el del lector siempre ávido, el del caminante solitario de calles citadinas y grises, y, por supuesto, el del andinista tenaz y arriesgado. Como Borges, parece tratarse de un erudito distante y caprichoso, y no de un maestro accesible. No imagino a ningún principiante sensato llevándole sus escritos. Él -solamente él- tendrá que escoger con quien se junta, qué lee, con quién conversa.
La publicación de una nueva edición, aumentada que no corregida, de Un único desierto, el primer libro de relatos de Enrique Prochazka, es sin duda un acontecimiento editorial que no podrá pasar desapercibido. Acaso también un llamado de alerta para quienes aún pretenden que la literatura sea entendida como una especie de manifestación folklórica emparentada a una sociedad específica.
Prochazka llega a la literatura a través de la filosofía, la astrofísica, la geografía y las demás ciencias naturales. Es un erudito que emprende la aventura de narrar tal vez como un medio de drenar sus inquietudes y tender puentes entre sus diversos intereses. Creo que Prochazka, en realidad, no escribe para nadie que no sea él mismo, y que al permitir que otros lo lean realiza una especie de acto de benevolencia. Como también lo hace al dialogar con otros. Su estado natural es el del lector siempre ávido, el del caminante solitario de calles citadinas y grises, y, por supuesto, el del andinista tenaz y arriesgado. Como Borges, parece tratarse de un erudito distante y caprichoso, y no de un maestro accesible. No imagino a ningún principiante sensato llevándole sus escritos. Él -solamente él- tendrá que escoger con quien se junta, qué lee, con quién conversa.
La publicación de una nueva edición, aumentada que no corregida, de Un único desierto, el primer libro de relatos de Enrique Prochazka, es sin duda un acontecimiento editorial que no podrá pasar desapercibido. Acaso también un llamado de alerta para quienes aún pretenden que la literatura sea entendida como una especie de manifestación folklórica emparentada a una sociedad específica.