Días atrás leí en la versión web de algún periódico que el actor Mel Ferrer había muerto. Me enteré además que había tenido una dilatada carrera como productor y director, y que como actor había participado en Falcon Crest, una de las series televisivas más emblemáticas de mi generación.
No deja de ser curioso que, al momento de redactar su epitafio, estos detalles de su hoja de vida tengan que pasar a un absoluto segundo plano, frente a un hecho mucho más destacado y envidiable: el haber sido el primer esposo de Audrey Hepburn, la actriz más hermosa de la historia, la elegancia personificada, la diva por excelencia…
El número de personas que hubiesen deseado para sí la suerte de Mel Ferrer tiene que ser incontable, independientemente de su divorcio, luego de catorce años de irregular matrimonio.
Curiosa suerte la de Ferrer, un personaje siempre opacado por su ex-exposa.
Un hombre que vivió el sueño de muchos, merece sin duda descansar en paz.
No deja de ser curioso que, al momento de redactar su epitafio, estos detalles de su hoja de vida tengan que pasar a un absoluto segundo plano, frente a un hecho mucho más destacado y envidiable: el haber sido el primer esposo de Audrey Hepburn, la actriz más hermosa de la historia, la elegancia personificada, la diva por excelencia…
El número de personas que hubiesen deseado para sí la suerte de Mel Ferrer tiene que ser incontable, independientemente de su divorcio, luego de catorce años de irregular matrimonio.
Curiosa suerte la de Ferrer, un personaje siempre opacado por su ex-exposa.
Un hombre que vivió el sueño de muchos, merece sin duda descansar en paz.