La comercialización masiva del Betamax significó para mí el descubrimiento de Hitchcock. Era un adolescente casi indiferente a lo que se proyectaba en las salas de cine, cuando comencé a obsesionarme con La ventana indiscreta, Psicosis, Intriga internacional, Vértigo y La sombra de una duda. Uno de los desafíos habituales de esa época era competir con mi hermano por ser el primero en descubrir la imagen voluminosa de Hitch pasando de refilón sobre el celuloide.
Cuando varios años después vi El Sexto Sentido, pensé haber descubierto en M. Night Shyamalan al único director digno de ser considerado sucesor directo de aquel viejo londinense, perverso y refinado. La visión de Unbreakable, esa incomparable combinación de narrativa épica, comics y esquizofrenia, no hizo más que confirmar mis sospechas. No se trataba tan sólo de producir excelentes filmes de suspense. Los rasgos comunes y distintivos eran demasiado notorios para pasar desapercibidos. La utilización de la imagen del director en la película –más activa en el caso del director indio- o la inclusión de personajes infantiles perturbadores —verdaderos enanos con características adultas, como el Orson Welles niño que describen sus biógrafos, en el caso de Hitch, o infantes dramáticamente afectados por los traumas de sus vidas cortas y azarosas, en el caso de Night Shyamalan— me invitaban a pensar en la aplicación más o menos ortodoxa de un canon.
En The happening, Night Shyamalan parece haber producido la versión botánica de Los pájaros. La película carece de una protagonista equiparable a una Tippi Hedren, víctima del sadismo de un director que no soportaba que su anterior diva hubiese decidido convertirse en la princesa de un estado diminuto y desconocido. Pero la imposibilidad de entender en su total cabalidad la conducta y las reacciones de la naturaleza vuelve a presentarse como un leiv-motiv pleno de vigencia.
Para hacer evidentes los límites cognitivos de las ciencias naturales, y la pesadilla apocalíptica que esto puede implicar en los seres humanos, Hitchcock tuvo que utilizar bandadas de pájaros teledirigidas. A Night Shyamalan parece haberle bastado unos cuantos ventiladores para recrear la atmósfera terrorífica de The happening, su última masterpiece. Toda una rareza en un cine contemporáneo casi siempre incapaz de descubrirnos la novedad que, por definición, subyace en los clásicos.
Cuando varios años después vi El Sexto Sentido, pensé haber descubierto en M. Night Shyamalan al único director digno de ser considerado sucesor directo de aquel viejo londinense, perverso y refinado. La visión de Unbreakable, esa incomparable combinación de narrativa épica, comics y esquizofrenia, no hizo más que confirmar mis sospechas. No se trataba tan sólo de producir excelentes filmes de suspense. Los rasgos comunes y distintivos eran demasiado notorios para pasar desapercibidos. La utilización de la imagen del director en la película –más activa en el caso del director indio- o la inclusión de personajes infantiles perturbadores —verdaderos enanos con características adultas, como el Orson Welles niño que describen sus biógrafos, en el caso de Hitch, o infantes dramáticamente afectados por los traumas de sus vidas cortas y azarosas, en el caso de Night Shyamalan— me invitaban a pensar en la aplicación más o menos ortodoxa de un canon.
En The happening, Night Shyamalan parece haber producido la versión botánica de Los pájaros. La película carece de una protagonista equiparable a una Tippi Hedren, víctima del sadismo de un director que no soportaba que su anterior diva hubiese decidido convertirse en la princesa de un estado diminuto y desconocido. Pero la imposibilidad de entender en su total cabalidad la conducta y las reacciones de la naturaleza vuelve a presentarse como un leiv-motiv pleno de vigencia.
Para hacer evidentes los límites cognitivos de las ciencias naturales, y la pesadilla apocalíptica que esto puede implicar en los seres humanos, Hitchcock tuvo que utilizar bandadas de pájaros teledirigidas. A Night Shyamalan parece haberle bastado unos cuantos ventiladores para recrear la atmósfera terrorífica de The happening, su última masterpiece. Toda una rareza en un cine contemporáneo casi siempre incapaz de descubrirnos la novedad que, por definición, subyace en los clásicos.