martes, agosto 19, 2008

El sueño pesado


Cabinas de Internet de la avenida Garzón, distrito de Jesús María, Lima, mayo de 2008. “Curioso Impertinente”, me llamaba la abuela, el apodo lo había copiado de Cervantes, decía, y yo le creía, pues creía en ella y además nunca había leído a Cervantes, ni creo que vaya a leerlo. Tenía razón la abuela, la curiosidad siempre ha sido mi talón de Aquiles, la causa de muchos malentendidos y problemas, con amigos y con vecinos y con gente que ni siquiera he conocido. El hecho es que Internet es un espacio ideal para alguien como yo, porque uno termina sabiendo cosas de otras personas que estas personas seguramente no estarían dispuestas a revelar, pero así es uno y así es esta época de información desaforada. Me he hecho de una cuenta de Facebook, y me entretengo buscando personas conocidas, o personas conocidas de personas conocidas, con la intención de incluirlos en mi network. Claro que todos tienen que aprobarte, y muchas veces no lo hacen, pero eso importa poco, quienes menos piensas que lo harán terminan incluyéndote. Es así este juego.
Hace unos días estaba en una de esas, matando el tiempo en busca de personas conocidas, y buscando que el sol que gasté en una hora de Internet se consumiese. Se me ocurrió colocar los dos apellidos de las hijas de mi primo Pablo: De la Flor Ramírez. Aparecieron dos de ellas. Verónica, la menor, había puesto en el recuadro destinado a la imagen del usuario, la de un bebé recién nacido. Era una criatura horrible, igualita a Pablo.
Pero lo que me tiene más asombrado en estos días es lo que está pasando en la cuenta de Alfredo Cueto, un tipo que era compañero del colegio, uno de esos que te aceptan sin pensárselo mucho. Pues bien, el tipo se murió y sus amigos han comenzado a colocarle mensajes públicos donde se despiden de él o le dicen cosas tan absurdas como “Nos vemos en el cielo”, y huevadas de ese estilo. Me erizo de pensar que algo así pudiera pasar conmigo. Estoy pensando seriamente en dejar el Facebook.